La primera (casi) siempre suele ser la mejor.
El fin de semana de tres dÃas se presentaba prometedor pero al final, tras idas y vueltas, dimes y diretes, se quedó en una mañanita de paseo y gracias. Los rayos y centellas, vientos y ventarrones, copos y gotas, que asolaban el Pirineo y la Cantábrica me hicieron pensar en el santuario de Gredos como último refugio contra las tormentas desatadas. Pero ni por ésas. Estaba claro, aún no era el momento.
Pero no hay frustración que no tenga recompensa. El lunes por la mañana, casi de puntillas, sin despertar a nadie, me acerqué sigilosamente a hacer una visita ceremoniosa a Peñalara, con el recogimiento y veneración que la ocasión exigÃa. Las primeras plumas blancas habÃan caÃdo en Guadarrama y habÃa que comprobarlo. Una visita más, una de tantas, pero con el mismo respeto de siempre.
Tampoco la sierra madrileño/segoviana se libraba del semáforo rojo. FrÃo considerable, viento imponente y niebla espesa. ¡Perfecto! La idea de hacer una travesÃa a la montaña subiendo por los Claveles y bajando por Dos Hermanas enseguida fue a la papelera. Suerte si conseguÃa llegar a las lagunas. El camino fue suave y hermoso. La nieve acariciaba las botas con un gesto de bienvenida, de feliz reencuentro. La primera del año, el primer sorbo de un invierno con el que siempre soñamos ebrios. Al final alcancé la Laguna de los Pájaros convertida en cristal donde reinaba el silencio. La bruma tupida ocultaba la vertiente segoviana y el viento se volcaba al galope sobre el collado y la arista. Ya sólo quedaba el regreso mientras las nieblas levantaban serenamente mostrándome las peñas y los árboles vestidos de hielo. Allà habitaba ya el invierno.
La primera nieve de la temporada me supo a gloria.